OTOÑOS EN EL RECUERDO
Buenas tardes mis queridos lectores:
Hoy les acerco al relato que presenté hace un mes al concurso de relatos cortos que organizó la DO VINOS DE LA MANCHA
Espero les guste.
OTOÑOS EN EL RECUERDO
Una mañana gris, de esas de finales de otoño. Llovía. Las gotas formaban pequeñas lágrimas al golpear el frágil cristal. Algunas caían, otras no, formando caprichosas formas que me recordaban aquellas que solía buscar entre las nubes en los días soleados de mi niñez. Menuda época aquella. Sin duda alguna de las más bonitas de mi vida. La enfermera llevaba un rato llamando mi atención. Me llamaba por mi nombre. Hasta que no sentí el calor de su mano en la piel de mis huesudos dedos no la miré. - Tranquila, estoy bien. Las noticias no son buenas. Pero estoy bien. Asentí con la cabeza convenciendo a la joven de que era así. Ella continuó con sus tareas.Bastante tenía con tanto viejo enfermo para ella sola. No era el único. Continué en mis pensamientos. Me fui allá a lo lejos donde podía ser libre y pensar en todo cuanto había vivido, mientras aquel líquido amarillo entraba en mi cuerpo y me poseía como si no tuviese voluntad. Mi corazón se había cansado. No es extraño si lo pienso fríamente. Tengo 87 años y bien visto, mi corazón estaba dentro de mí desde antes de que naciera, por tanto era bastante comprensible que se cansase antes que yo. Mi María me habría dado un codazo en el estómago con solo escucharme, pero ella hacía 3 años que ya no estaba. Aunque a veces pudiera olerla al meterme en la cama. Había vivido 87 años, había visto crecer a mis hijos y casarse felizmente. He visto a mis nietos hacerse unos hombres. Uno de ellos es ingeniero industrial, ya ves, con el paro que hay, pero es lo que le gusta hacer al chaval. Ahora tenía una compañera de ratos que se parecía a mi María. Protestaba igual que ella en cuanto las cosas se torcían un poquito. Me acompañaba a todas partes en las 6 largas horas en las que estaba allí. Iba al baño, “ella” se venía. Iba a dar un paseo, “ella” se venía. Lo dicho, igualita que mi María, salvo por una cosa. No era “ella”.
Las enfermeras la llamaban “Bomba”, a veces pensaba si alguna de ellas habría explotado, y por eso las llamaban así. Vaya nombres les ponen a las cosas. Tecnología dicen. En mis tiempos no había de esto. Me enfadaba conmigo mismo y pensaba era un viejo que “chocheaba” e incordiaba. Pero si aún estaba aquí es porque así debía ser . Las enfermeras le pusieron mote al líquido que me ponían. Le llamaban “el resucitador”. Algo de verdad había porque cuando venía a mi Hospital de Día y me lo ponían, me sentía mucho mejor. Aunque ya el efecto no me duraba como antes y me cansaba si salía a pasear como hacíamos María y yo. La enfermera, me preguntó qué era aquello que tanto me gustaba hacer, cuando era joven. Aquella muchacha era francamente lista. Quería hacerme pensar en otra cosa. Pues bien, señorita Irene, le voy a contar aquello que tanto me gustaba. Yo siempre fui hombre de campo, ¿sabe usted?.De esos que cultivan las tierras con una mula y un arado. Solo llevaba una pequeña azada, por si las malas hierbas querían apoderarse de las cepas de mi padre. Recuerdo la primera vez que la vi caminando entre las vides. Era la hija de un jornalero de Villanueva de Los Infantes que pidió a mi padre trabajo sabiendo que pocas manos eran en época de vendimia .Al parecer ni en Villanueva ni en Tomelloso le daban jornal porque los quintos de aquel año se habían colocado en ambos pueblos y no había trabajo para hombres o muchachos venidos de otros lugares de España Ella llevaba un vestido precioso. No sé donde iría la chavala con aquella sallas y un mandil para las herramientas. Eso sí, recuerdo como recogió su pelo escondiéndolo en ese pañuelo para evitar el viento. Cubrió luego su cabeza con un enorme sombrero, típico de las segadoras y no de una muchacha que se estrenaba en vendimia.
En mi pueblo hace frío ya en septiembre ¿sabe usted? Valdepeñas es uno de esos lugares donde corría el vino en cada corral de las casas y había tinajas de barro en toda aquella casa que mereciera serlo, eso sí, para consumo de la casa. Hasta años después no empezó la locura de las cooperativas. Yo para entonces ya no vivía en la calle Ancha. Ella se alojaba en el numero 2 de la calle Córdoba. En casa de su tía Teresa. Cerca de la plaza mayor. Íbamos caminando a la tienda de ultramarinos de la señora Antonia. Dicen que su hijo murió tuberculosa tras la guerra y ya nunca fue la misma mujer. Su rostro estaba más de luto que las sallas. María portaba un capazo de esparto y oiga, se le daba recoger uva de miedo. Y las que tiraba o rompía, pues yo callaba porque, me tenía enamorado, la verdad, no le miento señorita. Ella venía conmigo subida en la mula y llevábamos las esparteras a pisar al patio del “cercao” de mi casa. Aquel patio tenía un olor especial y no era del mosto, sino de ella. Había también unos diez o doce gatos, todos a relamerse allí el azúcar que quedaba pegado en el suelo por el salpicar de las gotas mientras se pisaba. Fíjese, allí en mitad del corral. Para que se haga una idea señorita, la letrina estaba fuera en aquel patio. Imagínese las ganas que tenía uno de salir allí a leer el noticiero, vamos, ninguna. Se le quedaba a uno el trasero congelado. Una mañana me atreví a hablarle, ya me entiende. Nunca más nos separamos. Aquel otoño es mi lugar favorito, donde siempre me gustaría ir. Allí en mitad de aquellas hojas de parra que le cubrían el rosto y dejaban entrever la luz de sus inmensos ojos azules. Nunca vi alumbrar el sol con tanta intensidad. Era cegadora. Su rostro era como el de la Virgen. Una piel blanquísima y unos jugosos labios muy carnosos que hacían que cuando sonreía , se parase el mundo entero.
Nosotros sacaría a la primera moza en el baile que había en la plaza por las fiestas. Menudas verbenas había por aquel entonces. Aquellos otoños eran los mejores. ¡Ay madre mía! , cómo echo de menos todo aquello (suspiraba con tintes melancólicos mientras sus ojos se empezaban a ver humedecidos por las lágrimas y los recuerdos) El día que se marchó para siempre mi mujer, eché el ultimo tragó para sobrellevar el dolor y el vacío inmenso que me dejó. Nunca más lo he vuelto a catar. La verdad es que he vuelto al pueblo una vez, para entregar mis viñas a un chaval joven que dicen hace un tinto de esos que puntúan o no sé qué, yo no entiendo de puntuaciones, ni de tecnologías de esas. Meten ahora los vinos en unas lecheras gigantes así metálicas y todo, de acero inoxidable. Madre mía lo que no haya visto ya. Estos muchachos ya no parecen ni Valdepeñeros, no saben ya de mulas, ni de arados. Van con unos camiones y remolques que no vea usted. Pero al final, acaban agachando el lomo como siempre se hizo para cortar los racimos, y quitar los brazos enfermos y quemar sarmientos. Ya me dijo mi hijo mayor, que los vinos ya los sacan en botellas con etiquetas bien lucidas y poniendo que son Manchegos. Eso está bien. Yo ya no estoy más que para acordarme de las cosas buenas vividas estos años, y perderme en mis pensamientos recordando aquel otoño en el que conocí a mi esposa. La verdad he de decir después de analizar mis días con la chicas del hospital, ellas han hecho que éstos, sean un poco mejores. Más alegres. Lejos de tener que explicar a la familia que en realidad voy a morir. Con ellas no necesito explicar nada. Me siento yo mismo porque he tenido una vida plena, como pocos hombres pueden decir. Por eso cada día siento que la larga espera de mi esposa toca a su fin. Pronto volveremos a caminar juntos entre nuestras cepas y olivos y recogeremos hinojo para las berenjenas en vinagre que tanto le gustaba preparar a mi adorada María.
A veces creo que nunca debimos venirnos a la capital. Abandonar nuestra tierra,las raíces, la familia y los amigos de aquellas jornadas de finales del verano que traían los otoños regados en vino nuevo. Estábamos muy bien pisando nuestra tierra manchega. Pero venirse a Madrid, era mejor para mis chicos. Quería tuviesen estudios, y fuesen mejores que yo, que soy bastante bruto. El resultado ha sido fantástico. Me voy satisfecho. Los días pasan y sé que pese a esta insuficiencia soy un poco más “suficiente” y que todos y cada unos de ellos han sido como los que les deseo vivan ustedes. Muy intensamente, con pasión. Hagan todo aquello que les haga felices, sin dañar a nadie y luchen por lo que crean lo mejor, y nunca se arrepientan de sus raíces y de la tierra que les vió crecer y ser lo que hoy en día son. Buena gente.
LADY AL-MANCHA
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