Gastroexperiencia Muchamiel "A la carta"

   RELATO CATA DE EMOCIONES GASTRO- EXPERIENCIA SENSORIAL




 1) 

Carmen era una joven adelantada a su tiempo. Luchadora en una España que aún le costaba que las señoritas trabajasen en tareas que no fuesen las domesticas y las labores del campo. Carmen era periodista e historiadora. Era de las pocas que habían conseguido estudiar y más aún, viajar. Era una joven atractiva. Muy morena con grandes ojos almendrados y un tostado ligero tapizando su piel. Elegante, con un perfume fresco y ligeras notas tropicales. Muy sincera, agradable y con esa picardía inherente de la mujer joven de su edad. Carmen se sentó en la terraza de una cafetería. Se encontraba entre sol y sombra, pero podía ver el mar a lo lejos y respirar la brisa que llenaba sus pulmones. Cerró los ojos sintió aquellos aromas invadir su ser, escuchaba las olas golpear las rocas y dejar aquel hilo de espuma que desaparecía casi de inmediato cuando tocaba la arena de la playa….. Pidió una copa de vino blanco. Se la sirvió un joven de morena tez como la de ella, acanelada y le dio a probar un bocado para acompañar la copa. Carmen disfrutó aquella mini hamburguesa de Wagyu , que la transportó en sus pensamientos a otros tiempos en los que se vendían productos artesanales y la pesca del día en el mercado de la lonja. El joven se acercó a la irresistible joven y le propuso dar un paseo al atardecer. Quería mostrarle un lugar hermoso. De aquellos que a Carmen le gustaba inmortalizar en sus fotos y relatos de sus viajes. La joven aceptó… 

2)

 Quedaron a las 8, justo cuando comienza a bajar el sol y antes de que el cielo se tiña de rosas y añiles tonos, haciendo más intenso el sonido del oleaje cuando el cielo y el mar adquieren el mismo tono de azul intenso casi violáceo. El joven la condujo a una pequeña casita blanca, típica de pescadores de la zona, salvo por un detalle. Allí nadie pescaba. Les abrió la puerta una dulce anciana, con el rostro ajado propio de la avanzada edad y unas arruguitas cerca de los ojos que le daban un aspecto entrañable, diga de ser abrazada y no quererla soltar. Era la abuela del amable camarero. Éste le explicó a la anciana que Carmen era periodista y que le gustaba contar historias. A la afable señora se le iluminaron los ojos, pues a ella le encantaba contarlas, y su nieto lo sabía. Antes de empezar sus interminables relatos, la abuelita sirvió un platillo que sacó de una olla encima del hornillo. Para entonces el joven había descorchado una botella de vino tinto y en cuanto aireó la copa, Carmen captó su aroma fresco, amable, sincero, ideal para conocer a aquella mujer que contaba historias y que intuía le haría atesorar aquellos momentos como si de la más valiosa joya se tratase. En el platillo había una especie de saquitos de carne, era pollo y una salsa de algún tipo de fruta, mango tal vez pero Aquella mezcla de la historia de la anciana y el sabor a bosque del vino, le hizo a Carmen recordar historias que su propia abuela la contaba de niña, y de aquellos días en los que ella recogió setas con su abuelo, mientras se manchaba las botas de barro cuando los dos compartían aquellos momentos. Carmen comprendió de inmediato que ciertamente, sí habían conseguido atesorar aquellos instantes en su memoria y guardarlos y protegerlos como si fuesen autenticas joyas, para ella sin duda, la más valiosa. Rieron y charlaron tanto que cuando se quiso dar cuenta era muy tarde. Se despidió de ambos agradecida y se excusó ya que al día siguiente emprendía viaje al interior. 

3)

 Recorrió pocos kilómetros desde la costa para llegar a MUCHAMIEL. Aquel pueblo que durante la colonización cristiana perteneció al realengo de Alicante, permaneciendo incluida en la Corona de Castilla. Cerca del embalse de Tibi. Recorrió las calles de la localidad, hizo fotos, y descansó varias veces en una callecita cercana al convento de San Francisco. Hacía un sol de justicia aquella mañana. Conoció el barrio del Ravalet y el Palacio y jardines de Peñacerrada, la ermita de Montserrat y la casa Ferraz. Sentada ya en el campo y haciendo memoria de lo visto decidió acercarse a comer a algún lugar típico y así lo hizo. Entro en una casa de comidas muy típica donde el ambiente y la cocina le parecía muy morisco. Le pareció una herencia natural, ya que la zona había sido árabe durante muchos años, y de ahí el nombre de la localidad que por aquel entonces se denominaba mutxamel( mugmâ-el). La verdad es que al entrar les extrañó que una señorita de su edad fuese sola a una casa de comidas. Ella se acercó a la mujer que se encontraba tras la barra y le dijo que iba de paso y que estaba cansada y quería comer algún plato de cuchara para reponerse del camino. Pronto doña Paca que así le dijo se llamaba la mujer a la que hablaba le indicó que se sentase y le llevó a la mesa una bandeja muy bien dispuesta. Era idéntica a la fuente blanca de porcelana donde solia comer de niña en las reuniones familiares de la casa solariega del pueblo.Cucharón para servirse los pimientos y varias brochetas de solomillo de ibérico que le hizo salivar nada más verla. Le puso junto a ella un plato de queso manchego y le sirvió un vaso de vino blanco .Al rato le sacó una jarra de agua y la miró de medio lado sonriendo mientras le decía lo flaca que estaba y que comiese hasta hartarse. Carmen se lo llevo a la boca rápidamente. En la casa del pueblo donde pasaba los veranos desde niña, solían comer este plato y otros muchos, acompañados con todos tipos de quesos. Tal como se lo había puesto Doña Paca. Qué mujer tan peculiar- pensó Carmen. Muy pintoresca, tosca y de pelo descuidado, parecía muy trabajada y quizás bastante mayor para la edad real que pudiera tener. Carmen se mojó los labios con el vino que le sirvió la mujer pensando que sería de esos peleones típicos de las casa de comida de los trabajadores que iban a tomar el plato de puchero antes de proseguir con las labores del campo. La joven entendió al instante que se había equivocado. Aquello era diferente a otros que había podido probar. Era elegante, acorde con los azulejos y zócalos que cubrían las paredes de la taberna. Le recordaba a ese dulzor típico de los vinos moscateles, pero bañados por la brisa del mar, aún estando en un pueblo más hacia el interior. Luego sentía otros aromas que no reconocía y que sin embargo le trasladaban a lugares más frescos y elevados. Aquel viaje le estaba encantando. Desde luego que acabó contándole mil cosas a Doña Paca que a su vez estaba muerta de curiosidad de saber, qué pintaba aquella muchacha en aquel pueblo.

 4) 

 Al anochecer, Carmen volvió junto al mar. La calma y paz que transmitía era impagable. Escribió durante largo rato todo lo ocurrido y lo vivido como si de una auténtica crónica periodística se tratase. Al acabar se cambió de ropa y bajó con la bicicleta hasta el puerto. Entró en la lonja para ver cómo se vendía la captura del día y enterarse de donde ir a cenar junto a la playa para seguir pensando en sus cosas. La mesa elegida era de madera blanca decapada. Una silla haciendo juego y otra vacía eran la única compañía que esperaba aquella velada. Una luz tenue de quinqué lucía encima convirtiendo la escena en algo único, casi mágico. Unas ánforas de barro descansaban junto a la puerta de entrada. Aportaban un cierto halo de historia y magnetismo al lugar. Carmen imaginaba que en tiempos lejanos aquellas costas eran territorio de cartagineses y comerciaban en alguna plaza cercana igual que había acudido ella a la lonja para vender las capturas frescas cogidas horas antes en los pecios, donde también transportaban vasijas parecidas a las de aquella puerta llenas de aceite y vino a otras tierras. Carmen pidió un solo plato realizado con atún y notas frescas de cilantro y aguacate. Los campos cercanos estaban llenos de árboles de esta fruta. Le pareció muy adecuado pedirlo y saborear la mezcla que conformaban algo del mar y algo de la tierra en el mismo plato.. El camarero le preguntó si se encontraba bien. Había refrescado. Carmen asintió y cogió una chaquetita de punto que portaba en el cestillo de su bicicleta. Cuando volvió a la mesa había una copa de vino junto al quinqué. Cogió del fino tallo de vidrio y olió la fragancia penetrante del contenido. Le recordaba a frutas blancas de hueso, notas ligeramente terrosas y especiadas que presagiaba lo que al primer sorbo pudo confirmar. El mar estaba dentro de aquella copa recién servido de las ánforas fenicias de antaño. Qué sensación tan placentera, pensó Carmen. Cuando quiso darse cuenta, se había desprendido de sus zapatitos planos, y sus pies descalzos reposaban sobre la silla vacía que se encontraba al otro lado de la mesa como si ya no esperase que fuese a ser ocupada… la tierra, el cielo y el mar le pertenecían, aunque solo fuese por aquellos instantes... 

5)

 Carmen despertó alegre, muy contenta y con ganas de pedalear. Cogió su cámara de fotos, la colgó al cuello y bici en mano salió de la casa donde había alquilado la habitación. Quería ir a un lugar no demasiado lejos para acercarse dando un paseo. Sentir el sol acariciando su rostro y no alejarse de la brisa marina llenando sus pulmones. Le gustaba conocer parajes, fotografíar jaras y animales escondidos entre los matorrales, pero también le encantaba contemplar peñascos, y pueblecitos encalados salpicando el valle y dando una nota de color a la serranía. Si había una cosa que pudiera encantarle de verdad era mojarse los pies en arroyuelos y sentir como se le helaban los dedos bajo el agua de manantial o cascadas. A Carmen le encantaba pasear en las zonas de umbría entre pinares y dejar que las mariquitas y saltamontes jugueteasen sobre la tela de su falda mientras ella oía las hojas de los arboles moverse como en una danza medida por las notas que marcaba el viento. Pedaleando llegó a un pueblito , en plena cuenca del Vinalopó, allí de donde son famosos los racimos de uvas encapuchadas para evitar ser devoradas por las aves que oportunistas surcan el cielo esperando que alguna de esas joyas doradas quede expuesta a la luz del sol y delate su posición con el brillo inconfundible que despide. “Hay plato del Día”, rezaba un enorme cartel junto a la ventana de la primera casa del pueblo. Carmen se detuvo, la curiosidad no la dejaba continuar más allá. Langostino, señorita. Le dijo un joven ataviado con camisa blanca y pantalón negro. Carmen le dijo. ¿Tendría una mesa para mí?. - Por supuesto que sí, un lugar especial, si me lo permite. Pase. El joven condujo a la joven a la parte trasera de la casa. Una preciosa terraza de grandes árboles y cipreses que hacían de aquel lugar una maravillosa escena de la que nadie quisiera salir. Cono si de un monacal relato se tratase, Carmen se vió sentada junto a un muro bajo de blanquísima cal. Sobre él se encontraban una par de macetas con geranio de generosas flores carmesí y junto a estas tumbada sobre losa de barro cocido estaba Lola, la gata de la familia meneando la cola y observando todo lo que iba ocurriendo, eso sí, sin moverse como si de una delicada figurilla de porcelana estuviese realizada. ¿Que desearía la señorita tomar mientras le preparo el plato?- preguntó el muchacho. ¿Tenéis algún vino tinto que merezca la pena probar?. Desde luego que lo tenemos. Creo que hay uno que puede encajar con alguien tan elegante como usted. Carmen no es de sonrojarse, pero esta vez, lo hizo. La copa ya era para deleitar la vista. Finísima como si fuese a romperse en miles de diminutos pedazos y convertirla en polvo con solo alzarla. Al servir el vino en ella Carmen pudo adminar como si fuese algo milagroso, como el vino apenas tocaba el cristal. Perpleja, Carmen contemplaba a aquel líquido efectuar una autentica danza de flotación en el interior. Quedaba suspendido en el aire. Colocó sus largos y finos dedos sobre el tallo pasa asir la copa y descubrió que la aparente fragilidad solo hacía más ligera la copa al airearla. Apenas hizo leve movimiento y el vino comenzó a bailar un vals de aquellos que solía escuchar con la abuela en el patio de la casa del pueblo. El aroma a grosellas lo llenaba todo, ese dulzor y los recuerdos a ciruelas maduras cuando cocinaban juntas. Una mezcla de regalices y polvorín que hacía poner a la naríz en el aprieto de evitar estornudar. Muy sutil, elegante tal y como lo había descrito el chico de cabello despeinado que la había llevado a aquel fantástico escenario. Esta vez sí había de donde sacar un relato a la altura del lugar. A ratos la brisa ligera que movía los cipreses como si ellos también quisieran bailar, hacía apreciar sonidos de los que no éramos conscientes. Aves se contaban cosas entre ellas, abejas buscando entre las flores polen con el que elaborar su miel, el ronroneo de Lola. Al abrir los ojos y tomar un sorbo confirmó que todo aquello era real y que el frescor elegante aún presente en el vino la había devuelto a la realidad. Frente a ella el camarero le dejaba el plato de langostino sobre el mantel de lino que había sobre la mesa. Desde luego aquello era de foto, de varias fotos. El plato le sorprendió. Sabor a Ñora y langostino. Qué acertada combinación. Realzaba el sabor del plato aquel vino, y el langostino y sobre todo la ñora marcaban aún más la deliciosa tanicidad de la fruta madura que impregnaba toda su boca. De nuevo otro sutil baile en sus papilas gustativas. No pensó que pudiera estar mejor ni experimentar sensación más placentera. Tierra y más volvían a unirse y pensó la maravillosa fusión de sabores que encerraban en aquel instante la magia del lugar, del sonido de los olores que la atrapaban en aquel maravilloso patio Carmen apenas se había percatado de un detalle, el camarero había puesto música. Cerró de nuevo los ojos y solo le quedó sonreir y disfrutar. 

6) 

 El tiempo pasó volando, casi ni se había dado cuenta de que en un rato debía regresar. Aún tenía que hacer la maleta pues su viaje llegaba a su fin , pero Carmen se resistía a pensar más allá de ese momento. Decidió pedir alguna cosita dulce. Quería disfrutar un poquito más antes marcharse de nuevo sobre su bicicleta, aquella que le había traído a aquel pueblito. A Carmen le encantaban los cítricos. En concreto las naranjas. Levante siempre ha tenido fama de tener las mejores, por lo que decidió pedir ese postre de los que le ofreció el joven. El arroz con leche lo tenía demasiado visto. El aroma a campo y mas volvían a estar más que presentes. Naranja, miel, pasas. Una mezcla muy morisca. Todo ello encerrado en un panettone. Se sentía como una “ Sultana”, otra vez.Muy mediterránea El joven junto con aquel postre tan de antaño, y con una presentación tan de ahora, trajo una copa diferente. Algo más ligero pensó Carmen. LA potencia del aroma de aquel tinto le hizo pensar que la tintorera encerraba una historia más potente que ella misma. Este vivo huele a mujer, a relato, a una historia. Huele a Amaia- dijo el joven en voz alta, como si pudiera escuchar la conversación que Carmen estaba manteniendo consigo misma. Amaia, Si,potente verdad?. Es de las que deja un buen sabor de boca y permanece en el recuerdo no cree? - Me habla usted del vino?- preguntó Carmen - Sí señorita, del vino también. La intuición periodística de la joven le llevó a preguntar al joven. No con el ánimo de entretenerlo, pero en vista de que aparte de ella y un matrimonio con aspecto de británicos, no había nadie, le pidió al joven que le contase la historia de aquella mujer, de Amaia….. Carmen sonriente pedaleó hasta su habitación alquilada por 3 noches. Llevaba la maleta llena de sueños y recuerdos de aquellos que quedarán atesorados en su memoria para siempre y que le ayudarían a redactar una o quizás las 6 historias que cuentan cada vino de los que han podido degustar . Espero y Deseo que esta experiencia les haya sido tan grata como aquel viaje que llevó a Carmen a descubrir cómo estos genios, que son los bodegueros y chefs, habían sido capaces de llevarles a ustedes a recorrer la tierra de donde proceden y transportarles a momentos que desde hoy, igual que hizo Carmen, quedarán guardados para siempre en su memoria y en su corazón.


 Me gustaría agradecerles su presencia, pero de manera Especial a las tres bodegas que esta noche nos han transportado con estos maravillosos vinos, Elena esteban con la Portadora, A pepe Mendoza, con su proyecto Casa Agrícola, y a Javier Espí con su AMAIA. Quiero agradecer a Jorge Del Prado Cicero, y” A la Cata”, por la oportunidad de conducirles por esta Gastroexperiencia a través de este relato y de la mano de Carmen. Como ven, todos podemos ser ella y todos tenemos en el recuerdo vivencias que se asemejan a las vividas esta noche. Les espero en la próxima experiencia sensorial. Muchas Gracias EVA GARBAR DE LARA 

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